Amor a primera vista, amor al kumquat



Puedo perder horas en muchas cosas, si es que se puede decir perderlas. Digamos que las puedo "invertir" en hacer dulces, en hacer muchos dulces, en hacer pasteles...Las invierto en leer, en ir de compras,en escuchar música, en trabajar... Pero hay una cosa en la que me desespera gastar un solo minuto de mi vida. 

 Además, me entra una como una desesperación que hace que sólo pueda pensar al marchar de allí. Mucho más que limpiar, mucho más que planchar, mucho más que ir al cine (si, lo odio, no me gusta), mucho más cocinar salados, mucho más que todo esto, no soporto perder ni un minuto cuidando mi jardín. 
 Esto ya lo supe de muy jovencita cuando, ante mi insistencia, mis padres me compraron un bonsai al que conseguí matar en un tiempo récord. Allí supe que la paciencia no era mi fuerte, que la constancia y la regularidad tampoco. 

 A veces me imagino que planto un huertecito, con todo el trabajazo que comporta. Me imagino acabar de plantar las semillas con cuidado y regar. Finalmente cuando todo ha acabado, cojo una silla y me siento a mirar, como crece o mejor dicho "como no crece" porque aquello tardará meses al hacerlo! Y yo con esto, no puedo, es que no puedo.
Y ahora viene cuando el jardín es mío! Por muy mal que pueda sonar, la realidad es que casi prefiero poner alicatado, que tener que dedicar mis pocos ratos libres a hacer trabajos de jardinería. 
 Pero la vida y el "colorido" que te dan las plantas... - tengo que escuchar siempre que sacamos el tema. Lo del "colorido" es general, yo creo que ya en la escuela han debido de aprender esta palabreja y la profesora les debía de decir "esto lo tenéis que decir a alguien que no quiera jardín en su casa". Sino, no entiendo que todo el mundo diga exactamente las mismas expresiones.
 El caso es que el pobre Ferran tiene precisamente como obsesión.... el JARDÍN! (Sí, así, con mayúsculas). Yo creo que la vida de pareja pone ciertas trabas más o menos graves y este es una; de las menos graves pero no deja de ser una traba! Recuerdo cuando plantó una bugambília que se tenía enredar pared arriba. 

 Me pregunta que me parece y yo...yo...sólo pude preguntar cuando tardaría al crecer. Cuando me dijo que unos dos años, tuve que disimular más para no ofender su esfuerzo con aquello. Pero es que me pareció tan, tan, tan lejos.
Un día que yo tenía fiesta, me pidió si lo podía acompañar al garden a escoger las plantas que le faltaban para acabar de decorar. No pude decir que no, aquel día no tenía excusa! Sólo entrar ya me vino un picor de nariz insoportable; me dijeron que quizás era a alergia, pero no, yo estoy segura que era mi mente que quería salir corriendo de allí y pensó que la nariz sería un buen indicador. Y él pobrecito que me iba preguntando delicadamente si me gustaba una o la otra o que sé yo. Y después, la peor parte, la que el profesional empieza a informarlo y....no paran de charlar y charlar y charlar y parece que nunca se acaben los temas. 

 Y cuando me pienso que ya están, entonces se enredan con otra conversación sobre otra planta con la que comparan la que tienen en las manos. Y yo que ya no podía más. Por suerte, mi nariz me sirvió de excusa para marchar, creo incluso que al señor del garden le fue bien que marchara sin ver mi cara que debía ser todo un poema.
Mientras andaba por el húmedo pasillo, mientras maldecía el polen, el agua, los gardens y todo lo que fuera verde....me enamoré. Literalmente. Dicen que del amor al odio hay un paso, pues os aseguro que a la inversa también. Y allí estaba, aquel pequeño arbolito, aquella cosita preciosa verde y naranja que, de repente, brillaba por encima de todas las otras. En un rincón, apartadito y solitario estaba él con sus diminutos frutos. Siento los pasos de Ferran que se acercan hacia mí, puedo asegurar que un poco preocupado por mi quietud.
- Quiero aquel- acierto a decirle.
 Y así es como tengo en mi jardín el árbol del Kumquat, la naranja japonesa. Cuando el señor grande y rústico del garden cogía uno de los frutos y decía que se comía con piel y todo, mientras lo movía arriba y abajo con los dedos, yo no podía evitar pensar que no sabía lo que se decía. Incluso, llegada a casa me miraba aquel fruto clavadito a una pequeña mandarina y me parecía que tendría que ser imposible comer aquella piel, si realmente es como la de una mandarina.
El error fue este, porque no tiene nada que ver con la mandarina y es exquisito. Al principio choca la acidez del interior del fruto pero después le encuentras el gusto! Viajando por el Pinterest, y sin buscarlo (Lo prometo) cómo sí del destino se tratara, llegó a mis manos , una receta de Kumquats con azúcar, supongo que para contrarrestar el fuerte gusto del interior.
 A ver que os parece y que os animáis a poner un árbol del Kumquat a vuestra vida!
PD. Mi pequeño arbolito todavía no tenía muchos frutos y tampoco quería gastarlos todos, de forma que me han salido pocas lonchas. Eso sí, buenísimas!
P.D. Esta receta es adaptada de un bloque chino que descubrí y me encantó. Hace falta un poco de imaginación para entender las traducciones pero es un punto añadido!
金桔蜜餞 ~ 清甜柑香

KUMQUATS CON AZÚCAR
Ingredientes:
200 ml de agua
75 gr de azúcar
150 gr de Kumquats
azúcar para rebozar
Método:
Cortamos los kumquats por la mitad y de cada mitad cortamos el extremo. Intentamos dejar unas lonchas bastante anchas porque se volverán más pequeñas y arrugadas y si las hacemos muy finas, se acabarán rompiendo.
 En una cazuela ponemos el azúcar, el agua y las lonchas de kumquats y llevamos a ebullición. Cocemos a fuego lento durante 30 minutos.
Retiramos del fuego y colamos el zumo.
Precalentamos  el horno a 100ºC. Ponemos las lonchas en una bandeja con papel de horno y ponemos al horno durante unos 40 minutos.
Sacamos y dejamos enfriar.
Una vez fríos, ponemos un puñado de azúcar en un túper junto con las rondajas y zarandeamos para que los kumquats queden muy cubiertos.
Listos para comer!

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